jueves, 10 de noviembre de 2011

REFLEXION: EL MAESTRO Y EL 5%

El Maestro y el 5%




Teníamos una clase de Fisiología en la Facultad después de la semana santa. Como la mayoría de los alumnos había viajado, todos estaban ansiosos por contar las novedades a los compañeros y la excitación era general.

Un viejo profesor entró en el salón e inmediatamente percibió que tendría dificultad para conseguir silencio. Con gran dosis de paciencia intentó comenzar la clase; ¿tu crees que nos callamos?



Nada!



Con cierto respeto, el profesor volvió a pedir silencio educadamente. No resultó, ignoramos la solicitud y continuamos firmes con la conversación. Ahí fue cuando el viejo profesor perdió la paciencia y nos retó, como nunca ví antes. Mira lo que dijo:

“Presten atención porque voy a decir esto una sola vez”, dijo, levantando la voz.

Un silencio de culpa se instaló en todo el salón.


El profesor continuó:


“Desde que comencé a enseñar, hace ya muchos años, descubrí que nosotros los profesores trabajamos con el 5% de los alumnos de una clase. En todos estos años observé que de cada cien alumnos, apenas cinco son realmente aquellos que hacen alguna diferencia en el futuro, apenas cinco se vuelven profesionales brillantes y contribuyen de forma significativa a mejorar la calidad de vida de las personas.”

“EL otro 95% sirve solo para hacer volumen. Son mediocres y pasan por la vida sin dejar nada útil.”



“Lo interesante es que este porcentaje vale para todo el mundo. Si ustedes prestan atención notarán que de cien profesores, apenas cinco son aquellos que hacen la diferencia; de cien médicos, apenas cinco son excelentes; de cien abogados, apenas cinco son verdaderos profesionales; y podría generalizar más: de cien personas, apenas cinco son verdaderamente especiales.”



“Es una pena muy grande no tener como separar este 5% del resto, pues si eso fuera posible, dejaría apenas los alumnos especiales en este salón y mandaría a los demás afuera; entonces tendría el silencio necesario para dar una buena clase y dormiría tranquilo sabiendo que he invertido en los mejores.”



“Pero desgraciadamente no hay cómo saber cuáles de ustedes son esos alumnos. Solo el tiempo es capaz de mostrar eso. Por lo tanto, tendré que conformarme e intentar dar una buena clase para los alumnos especiales, a pesar del desorden hecho por el resto.”



“Claro que cada uno de ustedes siempre puede elegir a cuál grupo quiere pertenecer. Gracias por la atención y vamos a la clase de hoy.”

No sería preciso decir el silencio que hubo en la clase y el nivel de atención que el profesor consiguió después de aquel discurso. El reto nos tocó a todos, pues el curso tuvo un comportamiento ejemplar en todas las clases de Fisiología durante todo el semestre. A fin de cuentas, ¿a quién le gustaría ser clasificado como “parte del montón”?



Hoy no recuerdo muchas cosas de las clases de Fisiología, pero del reto del profesor nunca más me olvidé. Para mí aquel profesor fue uno del 5% que hicieron la diferencia en mi vida. De hecho, percibí que el tenía razón y, desde entonces, he hecho todo para estar en el grupo del 5%, pero, como dijo él, no hay cómo saber si vamos por buen camino o no, solo el tiempo dirá a qué grupo pertenecemos.

Sin embargo, una cosa es cierta: si no intentamos ser especiales en todo lo que hacemos, si no intentamos hacer todo lo mejor posible, seguramente seremos uno más del montón.

martes, 15 de marzo de 2011

CAPÍTULO TERCERO DE LOS DEBERES PARA CON NOSOTROS MISMOS

Si hemos nacido para amar y adorar a Dios, y para aspirar a más altos destinos que
los que nos ofrece esta vida precaria y calamitosa: si obedeciendo los impulsos que
recibimos de aquel Ser infinitamente sabio, origen primitivo de todos los grandes
sentimientos, nos debemos también a nuestros semejantes y en especial a nuestros padres, a
nuestra familia y a nuestra patria; y si tan graves e imprescindibles son las funciones que
nuestro corazón y nuestro espíritu tienen que ejercer para corresponder dignamente a las
miras del Creador, es una consecuencia necesaria y evidente que nos encontramos
constituidos en el deber de instruirnos, de conservarnos y de moderar nuestras pasiones.
La importancia de estos deberes está implícitamente reconocida en el simple
reconocimiento de los demás deberes, los cuales nos sería imposible cumplir si la luz del
entendimiento no nos guiase en todas nuestras operaciones, si no cuidásemos de nuestra salud y nos fuese lícito aniquilar nuestra existencia, y si no trabajásemos constantemente
en precaver nos de la ira, de la venganza, de la ingratitud, y de todos los demás
movimientos irregulares a que desgraciadamente está sujeto el corazón humano.
¿Cómo podríamos concebir la grandeza de Dios sin detenernos con una mirada
inteligente a contemplar la magnificencia de sus obras, y a admirar en el espectáculo de la
naturaleza todos los portentos y maravillas que se ocultan a la ignorancia? Sin ilustrar
nuestro entendimiento, sin adquirir por lo me nos aquellas nociones generales que son la
base de todos los conocimientos, y la antorcha que nos ilumina en el sendero de la
perfección moral, ¿cuán confusas y oscuras no serían nuestras ideas acera de nuestras
relaciones con la Divinidad, de los verdaderos caracteres de la virtud y del vicio, de la
estructura y fundamento de las sociedades humanas, y de los medios de felicidad con que la
Providencia ha favorecido en este mundo a sus criaturas? El hombre ignorante es un ser
esencialmente limitado en todo lo que mira a las funciones de la vida exterior, y
completamente nulo para los goces del alma, cuando replegada está sobre sí misma y a
solas con las inspiraciones de la ciencia, medita, reflexiona, rectifica sus ideas y,
abandonando el error, causa eficiente de todo mal, entra en posesión de la verdad, que es el
principio de todo bien. La mayor parte de las desgracias que afligen a la humanidad, tienen
su origen en la ignorancia; y pocas veces llega un hombre al extremo de la perversidad, sin
que en sus primeros pasos, o en el progreso del vicio, haya sido guiado por ideas erróneas,
por principios falsos, o por el desconocimiento absoluto de sus deberes religiosos y
sociales. Grande sería nuestro asombro, y crecería desde luego en nosotros el deseo de
ilustrarnos, si nos fuese dable averiguar por algún medio, cuántos de esos infelices que han perecido en los patíbulos, hubieran
podido llegar a ser, mejor instruidos, hombres virtuosos y ciudadanos útiles a su patria. La
estadística criminal podría con mayor razón llamarse entonces la estadística de a
ignorancia; y vendríamos a reconocer que el hombre, la obra más querida del Creador, no
ha recibido por cierto una organización tan depravada como parece de los desórdenes a que
de continuo se entrega, y de las perturbaciones y estragos que estos desórdenes causan en
las familias, en las naciones en el mundo entero.
La ignorancia corrompe con su hálito impuro tolas fuentes de la virtud, todos los
sentimientos el corazón, y convierte muchas veces en daño del individuo y de la sociedad
las más bellas disposiciones naturales. Apartándonos del conocimiento de lo verdadero y de
lo bueno, y gastando en nosotros tolos resortes del sistema sensible, nos entrega a torpes
impulsos de la vida material, que es la de los errores, de la degradación y de los críes. Por el
contrario, la ilustración no sólo aprovecha todas las buenas dotes con que hemos nacido, y
nos encamina al bien y a la felicidad, sino que iluminando nuestro espíritu, mostrándonos el
crimen en toda su enormidad y la virtud en todo su esplendor, endereza nuestras malas
inclinaciones, consume en su llama nuestros malos instintos, y conquista para Dios y para
la sociedad muchos corazones que, formados en la oscuridad de la ignorancia, hubieran
dado frutos de escándalo, de perdición y de ignominia.
En cuanto al deber de la propia conservación, la naturaleza misma nos indica
hasta qué punto es importante cumplirlo, pues el dolor, que martiriza nuestra carne y enerva
nuestras fuerzas, nos sale siempre al frente al menor de nuestros excesos y extravíos. La salud y la robustez del cuerpo son absolutamente indispensables para
entregamos, en calma y con provecho, a todas las operaciones mentales que nos dan por
resultado la instrucción en todos los ramos del saber humano; y sin salud y robustez en
medio de angustias y sufrimientos, tampoco nos es dado entregarnos a contemplar los
atributos divinos, a rendir al Ser Supremo los homenajes que le debemos, a corresponder a
nuestros padres sus beneficios, a servir a nuestra familia y a nuestra patria, a prestar apoyo
al menesteroso, a llenar, en fin, ninguno de los deberes que constituyen nuestra noble
misión sobre la tierra.
A pesar de todas las contradicciones que experimentamos en este mundo, a pesar
de todas las amarguras y sinsabores a que vivimos sujetos, la religión nos manda creer que
la vida es un bien; y mal podríamos calificarla de otro modo, cuando además de ser el
primero de los dones del Cielo, a ella está siempre unido un sentimiento innato de felicidad,
que nos hace ver en la muerte la más grande de todas las desgracias. Y silos dones de los
hombres, silos presentes de nuestros amigos, nos vienen siempre con una condición
implícita de aprecio y conservación, que aceptamos gustosamente, ¿qué cuidados podrían
ser excesivos en la conservación de la vida que recibimos de la misma mano de Dios como
el mayor de sus beneficios? Ya se deja ver que el sentimiento de la conservación obra
generalmente por sí solo en el cumplimiento de este deber; pero las pasiones lo subyugan
con frecuencia, y cerrando nosotros los ojos al siniestro aspecto de la muerte, divisada
siempre a lo lejos en medio de las ilusiones que nacen de nuestros extravíos,
comprometemos estérilmente nuestra salud y nuestra existencia, obrando así contra todos
los principios morales y sociales, y contra todos los deberes para cuyo cumplimiento
estamos en la necesidad imperiosa de conservarnos. La salud del cuerpo sirve también de base a la
salud del alma; y es un impío el que se entrega a los placeres deshonestos que la quebrantan
y destruyen, o a los peligros de que no ha de derivar ningún provecho para la gloria de Dios
ni para el bien de sus semejantes.
En cuanto a los desgraciados que atentan contra su vida tan sólo con el fin
de abandonarla, son excepciones monstruosas, hijas de la ignorancia y de la más espantosa
depravación de las costumbres. El hombre que huye de la vida por sustraerse a los rigores
del infortunio, es el último y el más degradado de todos los seres: extraño a las más
heroicas virtudes y por consiguiente al valor y a la resignación cristiana, tan sólo consigue
horrorizar a la humanidad y cambiar los sufrimientos del mundo, que dan honor y gloria y
abren las puertas de la bienaventuranza, por los sufrimientos eternos que infaliblemente
prepara la justicia divina a los que así desprecian los bienes de la Providencia, sus leyes
sacrosantas, sus bondadosas promesas de una vida futura, y su emplazamiento para ante
aquel tribunal supremo, cuyos decretos han de cumplirse en toda la inmensidad de los
siglos. Entre las piadosas creencias populares, hijas de la caridad, aparece la de que ningún
hombre puede recurrir al suicidio en la plena posesión de sus facultades intelectuales; y a la
verdad, nada debe sernos más grato que el suponer que esos desgraciados no han podido
medir toda la enormidad de su crimen, y el esperar que Dios haya mirado con ojos de
misericordia y clemencia el hecho horrendo con que han escandalizado a los mortales. Sin
embargo, rara será la vez que haya tenido otro origen más que el total abandono de las
creencias y de los deberes religiosos.
Réstanos recomendar por conclusión, el tercer deber que hemos apuntado: el de
moderar nuestras pasiones. Excusado es sin duda detenernos ya a pintar con todos sus colores las desgracias
y calamidades a que habrán de conducirnos nuestros malos instintos, si no tenemos la
fuerza bastante para reprimirlos, cuando, como hemos visto, ellos puede arrastrarnos aun al
más horroroso de los crímenes, que es el suicidio. En vista de lo que es necesario hacer para
agradar a Dios, para ser buenos hijos y buenos ciudadanos, y para cultivar el hermoso
campo de la caridad cristiana, natural es convenir en la noble tarea de dulcificar nuestro
carácter, y de fundar en nuestro corazón el suave imperio de la continencia, de la
mansedumbre, de la paciencia, de la tolerancia, de la resignación cristiana y de la generosa
beneficencia.
La posesión de los principios religiosos y sociales, y el reconocimiento y la
práctica de los deberes que de ellos se desprenden, serán siempre la ancha base de todas las
virtudes y de las buenas costumbres; pero pensemos que en las contradicciones de la suerte
y en las flaquezas de los hombres, encontraremos a cada paso el escollo de nuestras mejores
disposiciones, y que sin vivir armados contra los arranques de la cólera, del orgullo y del
odio, jamás podremos aspirar a la perfección moral. En las injusticias de los hombres no
veamos sino el reflejo de nuestras propias injusticias; en sus debilidades, el de nuestras
propias debilidades; en sus miserias, el de nuestras propias miserias. Son hombres como
nosotros; y nuestra tolerancia para con ellos será la medida, no sólo de la tolerancia que
encontrarán nuestras propias faltas en este mundo, sino de mayores y más sólidas
recompensas que están ofrecidas a todos nuestros sufrimientos y sacrificios en el seno de la
vida perdurable. El hombre instruido conocerá a Dios, se conocerá a si mismo, y conocerá a
los demás hombres: el que cuide de su salud y de su existencia, vivirá para Dios, para sí mismo y para sus semejantes:
el que refrene sus pasiones comprenderá a Dios, labrará su propia tranquilidad y su propia
dicha, y contribuirá a la tranquilidad y a la dicha de los demás. He aquí, pues,
compendiados en estos tres deberes todos los deberes y todas las virtudes, la gloria de Dios,
y la felicidad de los hombres.

CAPÍTULO SEGUNDO DE LOS DEBERES PARA CON LA SOCIEDAD

I
Deberes para con nuestros padres
Los autores de nuestros días, los que recogieron y enjugaron nuestras primeras
lágrimas, los que sobrellevaron. las miserias e incomodidades de nuestra infancia, los que
consagraron todos sus desvelos a la difícil tarea de nuestra educación y a labrar nuestra
felicidad, son para nosotros los seres más privilegiados y venerables que existen sobre la
tierra.
En medio de las necesidades de todo género a que, sin distinción de personas ni
categorías, está sujeta la humana naturaleza, muchas pueden ser las ocasiones en que un
hijo haya de prestar auxilios a sus padres, endulzar sus penas y aun hacer sacrificios a su
bienestar y a su dicha. Pero ¿podrá acaso llegar nunca a recompensarles todo lo que les
debe?, ¿qué podrá hacer que le descargue de la inmensa deuda de gratitud que para con
ellos tiene contraída? ¡Ah!, los cuidados tutelares de un padre y una madre son de un orden tan elevado y tan
sublime, son tan cordiales, tan desinteresados, tan constantes, que en nada se asemejan a los
demás actos de amor y benevolencia que nos ofrece el corazón del hombre y sólo podemos
verlos como una emanación de aquellos con que la Providencia cubre y protege a todos los
mortales.
Cuando pensamos en el amor de una madre, en vano buscamos las palabras con
que pudiera pintarse dignamente este afecto incomprensible, de extensión infinita, de
intensidad inexplicable, de inspiración divina; y tenemos que remontarnos en alas del más
puro entusiasmo hasta encontrar a María al pie de la cruz, ofreciendo en medio de aquella
sangrienta escena el cuadro más perfecto y más patético del amor materno. ¡ Sí!, allí está
representado este sentimiento como él es, allí está divinizado; y allí está consagrado el
primero de los títulos que hacen de la mujer un objeto tan digno y le dan tanto derecho a La consideración del hombre!
El amor y los sacrificios de una madre comienzan desde que nos lleva en su seno.
¡ Cuántos son entonces sus padecimientos físicos, cuántas sus privaciones por conservar la
vida del hijo que la naturaleza ha identificado con su propio ser, y a quien ya ama con
extremo antes de que sus ojos le hayan visto!
¡ Cuánto cuidado en sus alimentos, cuánta solicitud y esmero en todos los actos de
su existencia física y moral, por fundar desde entonces a su querida prole una salud robusta
y sana, una vida sin dolores! El padre cuida de su esposa con más ternura que nunca, vive
preocupado de los peligros que la rodean, la acompaña en sus privaciones, la consuela en
sus sufrimientos, y se entrega con ella a velar por el dulce fruto de su amor. Y en medio de
la inquietud, y de las gratas ilusiones que presenta este cuadro de temor y de esperanza, es
más que nunca digno de notarse cuán ajenos son de un padre y de una madre los fríos y
odiosos cálculos del egoísmo. Si el hijo que esperan se encuentra tan distante de la edad en
que puede serles útil; si para llegar a ella les ha de costar tantas zozobras, tantas lágrimas y
tantos sacrificios; si una temprana muerte puede, en fin, llegar a arrebatarlo a su cariño,
haciendo infructuosos todos sus cuidados e ilusorias todas sus esperanzas, ¿qué habrá que
no sea noble y sublime en esa ternura con que ya le aman y se preparan a colmarle de
caricias y beneficios? Nada más conmovedor, nada más bello, y ninguna prueba más
brillante de que el amor de los padres es el afecto más puro que puede albergar en el
corazón humano.
¡Nace al fin el hijo, a costa de crueles sufrimientos, y su primera señal de vida es
un gemido, como si el destino asistiera allí a recibirle en sus brazos, a imprimir en su frente
el sello del dolor que ha de acompañarle en su peregrinación de la cuna al sepulcro! Los
padres lo rodean desde luego, le saludan con el ósculo de bendición, le prodigan sus caricias, protegen su debilidad y su
inocencia y allí comienza esa serie de cuidados exquisitos, de contemplaciones,
condescendencias y sacrificios, que triunfan de todos los obstáculos, de todas las vicisitudes
y aun de la misma ingratitud, y que no terminan sino con la muerte.
Nuestros primeros años roban a nuestros padres toda su tranquilidad y los privan a
cada paso de los goces y comodidades de la vida social. Durante aquel período de nuestra
infancia en que la naturaleza nos niega la capacidad de atender por nosotros mismos a
nuestras necesidades, y en que, demasiado débiles e impresionables nuestros órganos,
cualquier ligero accidente puede alterar nuestra salud y aún comprometerla para siempre,
sus afectuosos y constantes desvelos suplen nuestra impotencia y nos defienden de los
peligros que por todas partes nos rodean. ¡ Cuántas inquietudes, cuántas alarmas, cuántas
lágrimas no les cuestan nuestras dolencias! ¡ Cuánta vigilancia no tienen que poner a
nuestra imprevisión!
¡ Cuán inagotable no debe ser su paciencia para cuidar de nosotros y procurar nuestro bien,
en la lucha abierta siempre con la absoluta ignorancia y la voluntad caprichosa y turbulenta
de los primeros años! ¡ Cuánta consagración, en fin, y cuánto amor para haber de
conducirnos por entre tantos riesgos y dificultades, hasta la edad en que principia a
ayudarnos nuestra inteligencia!
Apenas descubren en nosotros un destello de razón, ellos se apresuran a dar
principio a la ardua e importante tarea de nuestra educación moral e intelectual; y son ellos
los que imprimen en nuestra alma las primeras ideas, las cuales nos sirven de base para
todos los conocimientos ulteriores, y de norma para emprender el espinoso camino de la
vida.
Su primer cuidado es hacernos conocer a Dios. ¡ Qué sublime, qué augusta, qué
sagrada aparece entonces la misión de un padre y de una madre! El corazón rebosa de
gratitud y de ternura, al considerar que fueron ellos los primeros que nos hicieron formar
idea de ese ser infinitamente grande, poderoso y bueno, ante el cual se prosterna el universo
entero, y nos enseñaron a amarle, a adorarle y a pronunciar sus alabanzas. Después que nos
hacen saber que somos criaturas de ese ser imponderable, ennobleciéndonos así ante
nuestros propios ojos y santificando nuestro espíritu, ellos no cesan de proporcionarnos
conocimientos útiles de todo género, con los cuales vamos haciendo el ensayo de la vida y
preparándonos para concurrir al total desarrollo de nuestras facultades.
En el laudable y generoso empeño o de enriquecer nuestro corazón de virtudes, y nuestro entendimiento de ideas útiles a nosotros mismos y a
nuestros semejantes, ellos no omiten esfuerzo alguno para proporcionarnos la enseñanza.
Por muy escasa que sea su fortuna, aun cuando se vean condenados a un recio trabajo
personal para ganar el sustento, ellos siempre hacen los gastos indispensables para
presentarnos en los establecimientos de educación, proveemos de libros y pagar nuestros
maestros. ¡Y cuántas veces vemos a estos mismos padres someterse gustosos a toda especie
de privaciones, para impedir que se interrumpa el curso de nuestros estudios!
Terminada nuestra educación, y formados ya nos. otros a costa de tantos desvelos
y sacrificios, no por eso nuestros padres nos abandonan nuestras propias fuerzas. Su sombra
protectora y benéfica nos cubre toda la vida, y sus cuidados, como ya hemos dicho, no se
acaban sino con la muerte. Si durante nuestra infancia, nuestra niñez y nuestra juventud,
trabajaron asiduamente para alimentamos, vestirnos, educarnos y facilitarnos toda especie
de goces inocentes, ellos no se desprenden en nuestra edad madura de la dulce tarea de
hacernos bien; recibiendo, por el contrario, un placer exquisito en continuar prodigándonos
sus beneficios, por más que nuestros elementos personales, que ellos mismos fundieron,
nos proporcionen ya los medios de proveer a nuestras necesidades.
Nuestros padres son al mismo tiempo nuestros primeros y más sinceros amigos,
nuestros naturales consultores, nuestros leales confidentes. El egoísmo, la envidia, la
hipocresía, y todas las demás pasiones tributarias del interés personal, están excluidas de
sus relaciones con nosotros; así es que nos ofrecen los frutos de su experiencia y de sus
luces, sin reservarnos nada, y sin que podamos jamás recelarnos de que sus consejos vengan envenenados por la perfidia o el engaño. Las lecciones que han
recibido en La escuela de la vida, los descubrimientos que han hecho en las ciencias y en
las artes, los secretos útiles que poseen, todo es para nosotros, todo nos lo transmiten, todo
lo destinan siempre a la obra predilecta de nuestra felicidad. Y silos vemos aún en edad
avanzada trabajar con actividad y con ahínco en la conservación y adelanto de sus
propiedades, fácil es comprender que nada los mueve menos, que el provecho que puedan
obtener en favor de una vida que ya van a abandonar: ¡ sus hijos! sí, el porvenir de sus
queridos hijos, he aquí su generoso móvil, he aquí el estímulo que les da fuerzas en la
misma ancianidad.
Si, pues, son tantos y de tan elevada esfera los beneficios que recibimos de
nuestros padres, si su misión es tan sublime y su amor tan grande, ¿ cuál será la extensión
de nuestros deberes para con ellos? ¡ Desgraciado de aquel que al llegar al desarrollo de su
razón, no la haya medido ya con la noble y segura escala de la gratitud! Porque a la verdad,
el que no ha podido comprender para entonces todo lo que debe a sus padres, tampoco
habrá comprendido lo que debe a Dios; y para las almas ruines y desagradecidas no hay
felicidad posible ni en esta vida ni en la otra.
La piedad filial es por otra parte uno de los sentimientos que más honran y
ennoblecen el corazón humano, y que más lo disponen a la práctica de todas las grandes
virtudes. Tan persuadidos vivimos de esta verdad, que para juzgar de la índole y del valor
moral de la persona que nos importa conocer, desde luego investigamos su conducta para
con sus padres, y si encontramos que ella es buena, va se despierta en nosotros una fuerte
simpatía y un sentimiento profundo de estimación y de benevolencia.
Cuando él amoroso padre va a dar a la hija de su corazón un compañero de su
suerte, sus inquietudes se calman y su ánimo se conforta, si en trance tan solemne puede
exclamar: ¡ Es un buen hijo! .. . Y así compendia y expresa, de la manera más tierna y
elocuente, todo lo que hay de grande y de sublime en la piedad filial.
Debemos, pues, gozarnos en el cumplimiento de los deberes que nos han impuesto
para con nuestros padres las leyes divinas y la misma naturaleza. Amarlos, honrarlos,
respetarlos y obedecerlos, he aquí estos grandes y sagrados deberes, cuyo sentimiento se
desarrolla en nosotros desde el momento en que podemos darnos cuenta de nuestras
percepciones, y aun antes de haber llegado a la edad en que recibimos las inspiraciones de
la reflexión y la conciencia.
En todas ocasiones debe sernos altamente satisfactorio testificarles nuestro amor
con las demostraciones más cordiales y expresivas; pero cuando se encuentran combatidos
por la desgracia, cuando el peso de la vejez los abruma y los reduce a ese estado de
impotencia en que tanto necesitan de nuestra solicitud y nuestros auxilios, recordemos
cuánto les debemos, consideremos qué no harían ellos por aliviarnos a nosotros y con
cuánta bondad sobrellevarían nuestras miserias, y no les reservemos nada en sus
necesidades, ni creamos nunca que hemos empleado demasiado sufrimiento en las
incomodidades que nos ocasionen sus cansados años. Este acendrado amor debe
naturalmente conducirnos a cubrirlos siempre de honra, contribuyendo por cuantos medios
estén a nuestro alcance a su estimación social, y ocultando cuidadosamente de los extraños
las faltas a que como seres humanos pueden estar sujetos, porque la gloria del hijo es el
honor al padre.
Nuestro respeto debe ser profundo e inalterable, sin que podamos jamás
permitirnos la más ligera falta que lo profane, aun cuando lleguemos a encontrarlos alguna vez apartados de la senda de
la verdad y de la justicia, y aun cuando la desgracia los haya condenado a la demencia, o a
cualquier otra situación lamentable que los despoje de la consideración de los demás.
Siempre son nuestros padres, y a nosotros no nos toca otra cosa que compadecerlos, llorar
sus miserias, y colmarlos de atenciones delicadas y de contemplaciones. Y respecto de
nuestra obediencia, ella no debe reconocer otros límites que los de la razón y la moral;
debiendo hacerles nuestras observaciones de una manera dulce y respetuosa, siempre que
una dura necesidad nos obligue a separarnos de sus preceptos. Pero guardémonos de
constituirnos inconsiderada y abusivamente en jueces de estos preceptos, los cuales serán
rara vez de tal naturaleza que, puedan justificar nuestra resistencia, sobre todo en nuestros
primeros años, en que sería torpe desacato el creernos capaces de juzgar.
Hállase, en fin, comprendido en los deberes de que tratamos, el respeto a nuestros
mayores, especialmente a aquellos a quienes la venerable senectud acerca ya al término de
la vida y les da derecho a las más rendidas y obsequiosas atenciones. También están aquí
comprendidas nuestras obligaciones para con nuestros maestros, a quienes debemos arriar.
obediencia y respeto, como delegados que son de nuestros padres en el augusto ministerio
de ilustrar nuestro espíritu y formar nuestro corazón en el honor y la virtud. Si en medio de
la capacidad y la indolencia de nuestros primeros años, podemos a veces desconocer todo
lo que debemos a nuestros maestros, y cuánta influencia ejercen sus paternales desvelos en
nuestros futuros destinos, el corazón debe volver a ellos en la efusión de la más pura
gratitud, y rendirles todos los homenajes que le son debidos, desde que somos capaces de distinguir los rasgos que caracterizan a nuestros
verdaderos amigos y bienhechores.
¡ Cuán venturosos días debe esperar sobre la tierra el hijo amoroso y obediente, el
que ha honrado a los autores de su existencia, el que los ha socorrido en el infortunio, el
que los ha confortado en su ancianidad! Los placeres del mundo serán para él siempre
puros como en la mañana de la vida: en la adversidad encontrará los consuelos de la buena
conciencia, y aquella fortaleza que desarma las iras de la fortuna, y nada habrá para él más
sereno y tranquilo que la hora de la muerte, seguro como está de haber hecho el camino de
la eternidad a la sombra de las bendiciones de sus padres. En aquella hora suprema, en que
ha de dar cuenta al Creador de todas sus acciones, los títulos de un buen hijo aplacarán la justicia divina y le alcanzarán misericordia.

II
Deberes para con la patria
Nuestra patria, generalmente hablando, es toda aquella extensión de territorio
gobernada por las mismas leyes que rigen en el lugar en que hemos nacido, donde
formamos con nuestros conciudadanos una gran sociedad de intereses y sentimientos
nacionales.
Cuanto hay de grande, cuanto hay de sublime, se encuentra comprendido en el
dulce nombre de patria; y nada nos ofrece el suelo en que vimos la primera luz, que no esté
para nosotros acompañado de patéticos recuerdos, y de estímulos a la virtud, al heroísmo y
a la gloria. Las ciudades, los pueblos, los edificios, los campos cultivados, y todos los
demás signos y monumentos de la vida social, nos representan a nuestros antepasados y sus
esfuerzos generosos por el bienestar y la dicha de su posteridad, la infancia de nuestros
padres, los sucesos inocentes y sencillos que forman la pequeña y siempre querida historia
de nuestros primeros años, los talentos de nuestras celebridades en las ciencias y en las
artes, los magnánimos sacrificios y las proezas de nuestros grandes hombres, los placeres,
en fin, y los sufrimientos de una generación que pasó y nos dejó sus hogares, sus riquezas y
el ejemplo de sus virtudes...Los templos, esos lugares santos y venerables, levantados por la piedad y el
desprendimiento de nuestros compatriotas, nos traen constantemente el re-cuerdo de los
primeros ruegos y alabanzas que dirigimos al Creador, cuando el celo de nuestros padres
nos condujo a ellos por vez primera; contemplando con una emoción indefinible, que
también ellos desde niños elevaron allí su alma a Dios y le rindieron culto.
Nuestras familias, nuestros parientes, nuestros amigos, todas las personas que nos
vieron nacer, que desde nuestra infancia conocen y aprecian nuestras cualidades, que nos
aman y forman con nosotros una comunidad de afectos, goces, penas y esperanzas, todo
existe en nuestra patria, todo está en ella reunido; y en ella está vinculado nuestro porvenir
y el de cuantos objetos nos son caros en la vida.
Después de estas consideraciones, fácil es comprender que a nuestra patria todo lo
debemos. En sus días serenos y bonancibles, en que nos brinda sólo placeres y contento, le
manifestaremos nuestro amor guardando fielmente sus leyes y obedeciendo a sus
magistrados; prestándonos a servirla en los destinos públicos, donde necesita de nuestras
luces y de nuestros desvelos para la administración de los negocios del Estado;
contribuyendo con una parte de nuestros bienes al sostenimiento de los empleados que son
necesarios para dirigir la sociedad con orden y con provecho de todos, de los ministros del
culto, de los hospitales y demás establecimientos de beneficencia donde se asilan los
desvalidos y desgraciados; y en general, contribuyendo a todos aquellos objetos que
requieren la cooperación de todos los ciudadanos.
Pero en los momentos de conflicto, cuando la seguridad pública está amenazada,
cuando la patria nos llama en su auxilio, nuestros deberes se aumentan con otros de un orden muy superior. Entonces patria cuenta con todos sus hijos sin
limitación y sin reserva: entonces los gratos recuerdos adheridos a nuestro suelo, los
sepulcros venerados de nuestros antepasados, los monumentos de sus virtudes, de su
grandeza y de su gloria, nuestras esperanzas, nuestras familias indefensas, los ancianos, que
fijan en nosotros su mirada impotente y acongojada y nos contemplan como sus salvadores,
todo viene entonces a encender en nuestros pechos el fuego sagrado del heroísmo, y a
inspirarnos aquella abnegación sublime que conduce al hombre a los peligros y a la
inmortalidad. Nuestro reposo, nuestra fortuna, cuanto poseemos, nuestra vida misma
pertenece a la patria en sus angustias, pues nada nos es lícito reservarnos en común
conflicto.
Muertos nosotros en defensa de la sociedad en que hemos nacido, ahí quedan
nuestras queridas familias y tantos inocentes a quienes habremos salvado, n cuyos pechos,
inflamados de gratitud, dejaremos un recuerdo imperecedero que se irá transmitiendo de
generación en generación ahí queda la historia de nuestro país, que inscribirá nuestros
nombres en el catálogo de sus bienhechores: ahí queda a nuestros descendientes y a
nuestros conciudadanos todos, un noble ejemplo que imitar y que aumentará los recuerdos
que hacen tan querido el suelo natal. Y respecto de nosotros, recibiremos sin duda en el
Cielo el premio de nuestro sacrificio; porque nada puede ser más recomendable ante los
ojos de Dios justiciero que ese sentimiento en extremo generoso y magnánimo, que nos
hace preferir la salvación de la patria nuestra propia existencia.

III
Deberes para con nuestros semejantes
No podríamos llenar cumplidamente el suprema deber de amar a Dios, sin amar
también a los demás hombres, que son como nosotros criaturas suyas, descendientes de
unos mismos padres y redimidos todos en una misma cruz; y este amor sublime, que torma
el divino sentimiento de la caridad cristiana, es el fundamento de todos los deberes que
tenemos para con nuestros semejantes, así como es la base de las más eminentes virtudes
sociales.
La Providencia, que en sus altas miras ha querido estrechar a los hombres sobre
la tierra, con fuertes vínculos que establezcan y fomenten la armonía que debe reinar en la
gran familia humana, no ha permitido que sean felices en el aislamiento, ni que encuentren
en él los medios de satisfacer sus más urgentes necesidades. Las condiciones indispensables
de la existencia los reúnen en todas partes so pena de perecer a manos de las
fieras, de la inclemencia o de las enfermedades; y donde quiera que se ve una reunión de
seres humanos, desde las más suntuosas poblaciones hasta las humildes cabañas de las tribus salvajes, hay un espíritu de
mutua benevolencia, de mutua consideración, de mutuo auxilio, más o menos desarrollado
y perfecto, según es la influencia que en ellas han podido ejercer los sanos y civilizadores
principios de la religión y de la verdadera filosofía.
Fácil es comprender todo lo que los demás hombres tienen derecho a esperar de
nosotros, al sólo considerar cuán necesarios nos son ellos a cada paso para poder
sobrellevar las miserias de la vida, contrarrestar los embates de la desgracia, ilustrar nuestro
entendimiento y alcanzar, en fin, la felicidad, que es el sentimiento innato del corazón
humano. Pero el hombre generoso, el hombre que obedece a las sagradas inspiraciones de
la religión y de la filantropía, el que tiene la fortuna de haber nutrido su espíritu en las
claras fuentes de la doctrina evangélica, siente en su corazón más nobles y elevados
estímulos para amar a sus semejantes, para extenderles una mano amiga en sus conflictos, y
aun para hacer sacrificios a su bienestar y a la mejora de su condición social. De aquí las
grandes virtudes cívicas, de aquí el heroísmo, de aquí el martirio de esos santos varones,
que en su misión apostólica han despreciado la vida por sacar a los hombres, de las
tinieblas de la ignorancia y de la idolatría, atravesando los desiertos y penetrando en los
bosques por en medio de los peligros y la muerte, sin más armas que las palabras de
salvación, sin más aspiraciones que la gloria de Dios y el bien y la felicidad de sus
semejantes.
La benevolencia, que une los corazones con los dulces lazos de la amistad y la
fraternidad, que establece las relaciones que forman la armonía social, y ennoblece todos
los estímulos que nacen de las di versas condiciones de la vida; y la beneficencia, que asemejando al hombre a su Creador, le inspira todos los sentimientos generosos que llevan
el consuelo y la esperanza al seno mismo de la desgracia, y triunfan de los ímpetus brutales
del odio y la venganza. he aquí los dos grandes deberes que tenemos para con nuestros
semejantes, de los cuales emanan todas las demás prescripciones de la religión y la moral,
que tienen por objeto conservar el orden, la paz y la concordia entre los hombres, como los
únicos medios que pueden asegurarles la felicidad en su corta mansión sobre la tierra, y
sembrarles de virtudes y merecimientos el estrecho camino de la vida futura.
Digno es aquí de contemplarse cómo la soberana bondad que Dios ha querido
manifestar en todas sus obras, ha encaminado estos deberes a nuestro propio bien, haciendo
al mismo tiempo de ellos una fuente inagotable de los más puros y exquisitos placeres.
Debemos amar a nuestros semejantes, respetarlos, honrarlos, tolerar y ocultar sus miserias y
debilidades: debemos ayudarlos a ilustrar su entendimiento y a formar su corazón para la
virtud: debemos socorrerlos en sus necesidades, perdonar sus ofensas, y en suma, proceder
para con ellas de la misma manera que deseamos que ellos procedan para con nosotros.
Pero, ¿pueden acaso concebirse sensaciones más gratas, que aquellas que experimentamos
en el ejercicio de estos deberes? Los actos de benevolencia derraman en el alma un copioso
raudal de tranquilidad y de dulzura, que apagando el incendio de las pasiones, nos ahorra
las heridas punzantes y atormentadoras de una conciencia impura, y nos prepara los
innumerables goces con que nos brinda la benevolencia de los demás. El hombre malévolo,
el irrespetuoso, el que publica las ajenas flaquezas, el que cede fácilmente a los arranques
de la ira, no sólo vive privado de tan gratas emociones y expuesto a cada paso a los furores
de la venganza, sino que,devorado por los remordimientos, de que ningún mortal puede libertarse, por más que haya
conseguido habituarse al mal, arrastra una existencia miserable, y lleva siempre en su
interior todas las inquietudes y zozobras de esa guerra eterna que se establece entre el
sentimiento del deber, que como emanación de Dios jamás se extingue, y el desorden de
sus pasiones sublevadas, a cuya torpe influencia ha querido esclavizarse.
¿Y cómo pudiéramos expresar dignamente las sublimes sensaciones de la
beneficencia? Cuando tenemos la dicha de hacer bien, a nuestros semejantes, cuando
respetamos los fueros de la desgracia, cuando enjugamos las lágrimas del desvalido, cuando
satisfacemos el hambre, o templamos la sed, o cubrimos la desnudez del infeliz que llega a
nuestras puertas, cuando llevamos el consuelo al oscuro lecho del mendigo, cuando
arrancamos una víctima al infortunio, nuestro corazón experimenta siempre un placer tan
grande, tan intenso, tan indefinible,! que no alcanzarían a explicarlo las más vehementes
expresiones del sentimiento. Es al autor de un beneficio al que está reservado comprender
la naturaleza y extensión de los goces que produce; y si hay algún mortal que pueda leer en
su frente y concebir sus emociones, es el desgraciado que lo recibe y ha podido medir en su
dolor la grandeza del alma que le protege y le consuela.
Lo mismo debe decirse del deber soberanamente moral y cristiano de perdonar a
nuestros enemigos, y de retribuirles sus ofensas con actos sinceros en que resplandezca
aquel espíritu de amor magnánimo, de que tan alto ejemplo nos dejó el Salvador del
mundo. Tan sólo el rendido, cuyo enemigo le alarga una mano generosa al caer a sus pies y
el que en cambio de una injuria ha llegado a recibir un beneficio, pueden acaso comprender
los goces sublimes que experimenta el alma noble que perdona; y bien pudiera decirse que
aquel que todavía no ha perdonado a un enemigo, aun no conoce el mayor de los placeres
de que puede disfrutar el hombre sobre la tierra. El estado del alma, después que ha
triunfado de los ímpetus del rencor y del odio y queda entregada a la dulce calma que
restablece en ella el imperio de la caridad evangélica, nos representa el cielo despejado y
sereno que se ofrece a nuestra vista, alegrando a los mortales y a la naturaleza entera, después de los horrores de la
tempestad. El hombre vengativo, lleva en sí mismo todos los gérmenes de la desesperación
y la desgracia: en el corazón del hombre clemente y generoso reinan la paz y el contento,
y nacen y fructifican todos los grandes sentimientos.
"La primera palestra de la virtud es el hogar paterno” ha dicho un célebre
moralista; y esto nos indica cuán solícitos debemos ser por el bien y la honra de nuestra
familia. El que en el seno de la vida doméstica, ama y protege a sus hermanos y demás
parientes, y ve en ellos las personas que después de sus padres son las más dignas de sus
respe tos y atenciones, no puede menos que encontrar allanado y fácil el camino de las
virtudes sociales, y hacerse apto para dar buenos ejemplos a sus hijos, y para regir
dignamente la familia a cuya cabeza le coloquen sus futuros destinos. El que sabe guardar
las consideraciones domésticas, guardará mejor las consideraciones sociales; pues la
sociedad no es otra cosa que una ampliación de la propia familia. ¡ Y bien desgraciada
debe ser la suerte de aquel que desconozca la especialidad de estos deberes!, porque los
extraños, no pudiendo esperar nada del que ninguna preferencia concede a los suyos, le
mirarán como indigno de su estimación, y llevará una vida errante y solitaria en medio de
los mismos hombres.
Y si tan sublimes son estos deberes cuando los ejercemos sin menoscabo de
nuestra hacienda, de nuestra tranquilidad, y sin comprometer nuestra existencia, ¿a cuánta
altura no se elevará el corazón del hombre que por el bien de sus semejantes arriesga su
fortuna, sus comodidades y su vida misma? Estos son los grandes hechos que proclama la
historia de todas las naciones y de todos los tiempos, como los timbres gloriosos de
aquellos héroes sin mancha a quienes consagra el título imperecedero de bienhechores de la humanidad; y es en su
abnegación y e su ardiente amor a los hombres, donde se refleja aquel amor incomparable
que condujo al divino Redentor a morir en los horrores del más bárbaro suplicio.
Busquemos, pues, en la caridad cristiana la fuente de todas las virtudes sociales:
pensemos siempre que no es posible amar a Dios sin amar también al hombre, que es su
criatura predilecta, y que la perfección de este amor está en la beneficencia y en el perdón a
nuestros enemigos; y veamos en la práctica de estos deberes, no sólo el cumplimiento de
mandato divino, sino el más poderoso medio de conservar el orden de las sociedades,
encaminándola a los altos fines de la creación, y de alcanzar la tranquilidad y la dicha que nos es dado gozar en es mundo.

MANUAL DE CARREÑO

“URBANIDAD Y BUENAS MANERAS
DEBERES MORALES DEL HOMBRE
CAPÍTULO PRIMERO
DE LOS DEBERES PARA CON DIOS
Basta dirigir una mirada al firmamento, o a cualquiera de las maravillas de la
creación y contemplar instante los infinitos bienes y comodidades que frece la tierra, para
concebir desde luego la sabiduría y grandeza de Dios, y todo lo que debemos amor, a su
bondad y a su misericordia.
En efecto, ¿quién sino Dios ha creado el mundo y gobierna, quién ha establecido y
conserva es. orden inalterable con que atraviesa los tiempos la masa formidable y
portentosa del Universo, quién vela incesantemente por nuestra felicidad y la de todos los
objetos que nos son queridos en la tierra, y por último quién sino Él puede ofrecernos, y nos
ofrece, la dicha inmensa de la salvación eterna? Sómosle, pues, deudores de todo nuestro
amor, de toda nuestra gratitud, y de la más profunda adoración y obediencia; y en todas las situaciones de la vida
en medio de los placeres inocentes que su mano generosa derrama en el camino de nuestra
existencia, como en el seno de la desgracia con que en los juicios inescrutables de su
sabiduría infinita prueba a veces nuestra paciencia y nuestra fe, estamos obligados a
rendirle nuestros homenajes, y a dirigirle nuestros ruegos fervorosos, para que nos haga
merecedores de sus beneficios en el mundo, y de la gloria que reserva a nuestras virtudes en
el Cielo.
Dios es el ser que reúne la inmensidad de la grandeza y de la perfección; y
nosotros, aunque criaturas suyas y destinados a gozarle por toda una eternidad, somos unos
seres muy humildes e imperfectos; así es que nuestras alabanzas nada pueden añadir a sus
soberanos atributos. Pero El se complace en ellas y las recibe como un homenaje debido a
la majestad de su gloria, y como prendas de adoración y amor que el corazón le ofrece en la
efusión de sus más sublimes sentimientos, y nada puede, por tanto, excusarnos de
dirigírselas. Tampoco nuestros ruegos le pueden hacer más justo, porque todos sus atributos
son infinitos, ni por otra parte le son necesarios para conocer nuestras necesidades y
nuestros deseos, porque El penetra en lo más íntimo de nuestros corazones, pero esos
ruegos son una expresión sincera del reconocimiento en que vivimos de que El es la fuente
de todo bien de todo consuelo y de toda felicidad, y con ellos movemos su misericordia, y
aplacamos la severidad de su divina justicia, irritada por nuestras ofensas, porque El es
Dios de bondad y su bondad tampoco tiene límites. ¡Cuán propio y natural no es que el
hombre se dirija a su Creador, le hable de sus penas con la confianza de un hijo que habla al
padre más tierno y amoroso, le pida el alivio de sus dolores y el perdón de sus culpas, y con una mirada dulce y llena de unción religiosa, le muestra su amor y su fe como
los títulos de su esperanza!
Así al acto de acostarnos como al de levantarnos, elevaremos nuestra alma a Dios;
y con todo el fervor de un corazón sensible y agradecido, le dirigiremos nuestras alabanzas,
le daremos gracias por todos sus beneficios y le rogaremos nos los siga dispensando. Le
pediremos por nuestros padres, por nuestras familias, por nuestra patria, por nuestros
bienhechores y amigos, así como también por nuestros enemigos, y haremos votos por la
felicidad del género humano, y especialmente por el consuelo de los afligidos y
desgraciados, y por aquellas almas que se encuentren extraviadas de la senda de la
bienaventuranza. Y recogiendo entonces nuestro espíritu, y rogando a Dios nos ilumine con
las luces de la razón y de la gracia, examinaremos nuestra conciencia, y nos propondremos
emplear los medios más eficaces para evitar las faltas que hayamos cometido en el
transcurso del día. Tales son nuestros deberes al entregarnos al sueño, y al despertarnos, en
los cuales, además de la satisfacción de haber cumplido con Dios y de haber consagrado un
momento a la filantropía, encontraremos la inestimable ventaja de ir diariamente
corrigiendo -nuestros defectos, mejorando nuestra condición moral y avanzando en el
camino de la virtud, único que conduce a la verdadera dicha.
Es también un acto debido a Dios, y propio de un corazón agradecido, el
manifestarle siempre nuestro reconocimiento al levantarnos de la mesa. Si nunca debemos
olvidarnos de dar las gracias a la persona de quien recibimos un servicio por pequeño que
sea, ¿con cuánta más razón no deberemos darlas a la Providencia cada vez que nos dispensa
el mayor de los beneficios, cual es el medio de conservar la vida?
En los deberes para con Dios se encuentran refundidos todos los deberes sociales
y todas las prescripciones de la moral; así es que el modelo de todas las virtudes, el padre
más amoroso, el hijo más obediente, el esposo más fiel, el ciudadano más útil a su patria...
Y a la verdad, ¿cuál es la ley humana, cuál el principio, cuál la regla que encamine a los
hombres al bien y los aparte del mal, que no tenga su origen en los Mandamientos de Dios,
en esa ley de las leyes, tan sublime y completa cuanto sencilla y breve? ¿Dónde hay nada
más conforme con el orden que debe reinar en las naciones y en las familias, con los
dictados de la justicia, con los generosos impulsos de la caridad y la noble beneficencia, y
con todo lo que contribuye a la felicidad del hombre sobre la tierra, que los principios
contenidos en la ley evangélica? Nosotros satisfacemos el sagrado deber de la obediencia a
Dios guardando fielmente sus leyes, y las que nuestra Santa Iglesia ha dictado en el uso
legítimo de la divina delegación que ejerce; y es éste al mismo tiempo, el medio más eficaz
y más directo para obrar en favor de nuestro bienestar en este mundo, y de la felicidad que
nos espera en el seno de la gloria celestial.
Pero no es esto todo: los deberes de que tratamos no se circunscriben a nuestras
relaciones internas con la Divinidad. El corazón humano, esencialmente comunicativo,
siente una inclinación invencible a expresar sus afectos por signos y demostraciones
exteriores. Debemos, pues, manifestar a Dios nuestro amor, nuestra gratitud y nuestra
adoración, con actos públicos que, al mismo tiempo que satisfagan nuestro corazón, sirvan
de un saludable ejemplo a los que nos observan. Y como es el templo la casa del Señor, y el
lugar destinado a rendirle nuestros homenajes, procuremos visitarlo con la posible
frecuencia, manifestando siempre en él toda la devoción y todo el recogimiento que inspira tan sagrado recinto.
Los sacerdotes, ministros de Dios sobre la tierra, tienen la alta misión de mantener
el culto divino y de conducir nuestras almas por el camino de la felicidad eterna. Tan
elevado carácter nos impone el deber de respetarlos y honrarlos, oyendo siempre con
interés y docilidad los consejos con que nos favorecen, cuando en nombre de su divino
maestro y en desempeño de su augusto ministerio nos dirige su voz de caridad y de
consuelo. Grande es sin duda la falta en que incurrimos al ofender a nuestros prójimos, sean
éstos quienes fueren; pero todavía es mucho más grave ante los ojos de Dios la ofensa
dirigida al sacerdote, pues con ella hacemos injuria a la Divinidad, que le ha investido con
atributos sagrados y le ha hecho su representante en este mundo. Concluyamos, pues, el
capítulo de los deberes para con Dios, recomendando el respeto a los sacerdotes, como una
manifestación de nuestro respeto a Dios mismo, y como un signo inequívoco de una buena
educación moral, y religiosa.

sábado, 12 de marzo de 2011

CINE FORO:Película:El Capitalismo.Una historia de Amor

Película:El Capitalismo.Una historia de Amor
La película empieza haciendo un comentario de la legislación Romana y nos deja un interrogante ¿cómo es posible que en Roma con la más justa legislación, se puedan violar los Derechos Humanos?
El Cesar estaba por encima del gobierno legítimo que era el Senado.
La película nos traslada a un escenario Mundial, a los Estados Unidos de Norte América, en una populosa Ciudad Michigan, del Estado de Detroit.
Un desalojo por parte de la Policía; la diferencia entre los que no tienen nada y los que lo tienen todo.
Aquí la figura que representa la Ley es el Sheriff.
La clase media trabajadora tiene que dejar sus propiedades, ya que los Bancos y otros acreedores reclaman sus propiedades
Aparece una figura El Buitre; una especie de Empresa que se aprovecha de la oportunidad, y de la situación de la gente y ofrece soluciones.
Comprar por debajo de los precios reales.
Esto es Capitalismo, libre Empresa.
La motivación es la "Ganancia"; como sea, aún asumiendo el papel de Buitre que limpia los Cadaveres.
-Libre Empresa
-Ganancia
-Competencia
Existió una época del auge del Capitalismo,donde la Clase Media pagaba el 90% de sus ingresos en Impuestos y viviendo sólo con el otro 10%.En ese tiempo se construyó el País, se generó el mayor desarrollo,se hizo famosos los viajes ala Luna.
Epoca de primas ,vacaciones educación, ahorros y sin ninguna deuda, podemos decir gozando la época de las "Vacas Gordas".
Pero llegó la Gran Depresión:
Se regula el Consumo, aparecen los pacificadores como El Presidente Jimmy Carter, un tiempo de quietud económica.
Aparece nuevamente en el escenario otro Sheriff, El Presidente Ronald Reagan.
Una época de recuperación, de Ganancias, de crecimiento económico, de participación de las Decisiones del Tercer Mundo, Intervención en la Política Exterior y la participación en los Confictos Armados y las Guerras.
Al final de la época Reagan, las Ganncias de la grandes Compañias se redujeron a la mitad, vino el Desempleo, se levantan grandes protestas surgen con mucha fuerza los Sindicatos y una de las Empresas más representativas la General Motor despide la mitad de su personal y finalmente se enfrenta una nueva Crisis.
Así van pasando época tras época del Capitalismo y van surgiendo nuevos Lideres hasta llegaré a la actual del Presidente Obama.
Se enfrentan nuevas Crisis, también son épocas de guerras,existen otros problemas que son Internacionales; emergen otros grupos poderosos como El Narcotráfico, delincuencia organizada, vendedores de Armas y porqué no , de Confictos Internos y Externos.
Aparece otra Figura ó palabra nueva y Es la Democracia ; todo es Democracia.Una figura Política que habla de unidad,bienestar y equilibrio.
Se puede participar en la Libre Empresa, hay una buena intensionalidad de participar en el Crecimiento económico de mí País; entonces surgen los Grupos económicos que manejan los Grandes Capitales, llámense Entidades Financieras ó Bancos y que agrupados forman lo que se conoce hoy como Vall Street y que es el que está a cargo del punto Central de la Economía de Poder y de la Política.
La pregunta hoy es ¿ Quién es el culpable? VALL STREET
Allí están los Ricos, los Dueños de las Empresas, los Dirigentes del Mundo.
Pero no hay Culpables, ellos manejan el dinero de todos; unas veces lo hacen aparecer y otras lo hacen desaparecer , parecen " Magos".
Detrás de ellos hay todo un Pool de Abgados y de Organizaciones que todo Peito ó litigio lo llevan a los Altos tribunales , donde todo se resulve por medio de Leyes y Normas que fueron elaboradas con mucho cuidado.
Es ante el Juez y por medio de Apoderados donde se da finalizada a una Demanda o Juicio.
REFLEXION
1.Los que defienden el Capitalismo dicen de él:
"Es la cosa mejor que se ha creado, porque representa la Justicia y la Calidad Humana"
2. Los que lo atacan dicen:
"El Capitalismo tiene un gran pecado, y está mal , debe ser eliminado , debe desaparecer"
"Bienaventurados los pobres, ayy de los ricos"
PREGUNTAS FINALES
1.El sistema Capitalista ha podido satisfacer totalmente las expectativas y las demandas de sus asociados?
2.Existe otro sistema social y económico que pueda reempazarlo?
3.Es posible proponer un sistema nuevo y cuál sería?
4.Que tanta influencia tienen hoy la Política , la religión y los intereses de otros grupos en mantener las cosas como están y no permitir nuevos Cambios
5.Cuál es la posición de los Aprendices de Formación en Banca e Instituciones Financieras,Seguros,Administración y otros con respecto al mensaje de la película
6.Porqué desapareció el Amor que brindaba el Capitalismo
7.Creen que ese Amor puede volver a florecer
8. Sí existió ese Amor que parece reflejado en esta triste historia de las relaciones sociales entre el Sistema Capitalista y la Sociedad?
Cordialmente.
Rigoberto Gómez E.Instructor ASAFIT

martes, 25 de enero de 2011

BIENVENIDA.

Bienvenidos servidores del nivel técnico y asistencial de la Empresa, en su formación desarrollo de competencias "Orientación al Usuario y al Ciudadano"." Servicio al Cliente".
Hablamos de Competencias porque se trata de habilidades y destrezas muy específicas a lo que le apunta como objetivo el SENA.
ABC DE LAS COMPETENCIAS
Actualmente se está hablando mucho de competencias, en los periódicos vemos avisos
clasificados solicitando trabajadores competentes en muchas actividades; en los libros de Administración y de Gerencia de Talento Humano se habla de Gestión con base en competencias; las Universidades, entidades educativas técnicas y tecnológicas



al igual que en los colegios de la educación básica y la educación media se habla de
competencias.
El ICFES, diseñó las pruebas de Estado a partir del año a partir del año
2001 con base en competencias y en la norma ISO 9000
versión 2000 se contempla el tema de las competencias.

La formación por competencias exige cambios en las estrategias pedagógicas, le
impone a la formación el desafío de ser capaz de superar un papel
preponderantemente transmisor de conocimientos para asumir el de generar
competencias, capacidades laborales, adaptación al cambio, raciocinio, comprensión
y orientación del aprendizaje hacia la solución de situaciones complejas, más que a
la repetición de contenidos. Se trata entonces de pasar de un modelo de la
permanencia a un modelo que se ajuste a las necesidades y cambios que exige la
sociedad.
En tal sentido la formación basada en competencias apunta a que se de una
relación más estrecha entre las competencias requeridas en el sector productivo y
los contenidos de los programas de formación que se imparten en las instituciones
educativas. De esta manera, quienes ejecuten la formación tendrán un referente
para adecuar sus programas y quienes demanden sus servicios tendrán la
seguridad que se adaptan a las necesidades.
El enfoque por competencias obliga entonces a superar los métodos de formación
tradicionales, en los cuales los currículos son desactualizados, de estructuras
rígidas, en los que solo importa el saber del docente y el alumno recibe información
pasivamente, información que en muchas ocasiones no responde a las necesidades
reales del mundo del trabajo.
Es pues necesario orientar los programas desde una pedagogía diferente, con
contenidos pertinentes, estrategias flexibles que le permitan a los estudiantes ser
activos y que se apropien de su propio proceso de aprendizaje de manera
autónoma y desarrollen las competencias necesarias para desenvolverse en el
trabajo y en la vida.

viernes, 21 de enero de 2011

Un comentario final

La reunión entre el facilitador y los alumnos es para intercambiar experiencias (no sólo información) referentes al estudio del texto y para ahondar en el análisis y comprensión de éste en un contexto de aportes múltiples. El encuentro, pues, no es sólo para introducir información en la mente del alumno, sino principalmente para reflexionar y analizar con él las implicaciones prácticas del mensaje del texto estudiado y estimularlo para que obedezca los principios enseñados en las consultas, textos o competencias.

El papel del facilitador

El papel del líder o facilitador puede resumirse
en los siguientes puntos:

1) Facilitar el proceso de aprendizaje a los miembros del grupo. No es un conferencista (, ni un maestro que dicta cátedra), sino uno que entra en diálogo con los alumnos y a través de preguntas y actividades dirigidas los conduce a la reflexión y al diálogo productivo.

2) Orientar al alumno en la búsqueda de soluciones de interpretación, más que ofrecerlas él mismo en forma directa. Los alumnos se reúnen no para escuchar un estudio , sino más bien para hacer en conjuntos un estudio más profundo del texto que ya han estudiado individualmente.

3) Motivar la participación activa de todos los alumnos. Todos son importantes. En tal sentido, toda opinión es importante, aunque seguramente en muchos casos será necesario hacer las correcciones pertinentes.

4) Responder a las inquietudes que se presenten. Por lo general, los alumnos tienen preguntas y es una tentación para el facilitador responderlas de inmediato él mismo. Hasta donde sea posible, el facilitador debe guiar a los alumnos para que ellos mismos encuentren respuesta a las inquietudes de sus compañeros. Habrá casos en los cuales el facilitador deberá responder él mismo, pero no debería hacerlo hasta no agotar las opiniones del grupo.
5) Trabajar para que haya un ambiente de confianza y respeto mutuo en el grupo de estudio. A veces habrá posiciones encontradas. En cierto modo, esto es normal si realmente están tratando de analizar el texto. Pero es necesario estar muy pendiente, a fin de evitar rivalidades que afecten las buenas relaciones entre los miembos del grupo. En todo caso, no debemos cambiar el mensaje del texto, sino más bien trabajar para que el texto nos cambie a nosotros.

6. Ofrecer asistencia individual a los alumnos dentro y fuera del tiempo de estudio, cuando el caso lo requiera.

7. Ayudar a los alumnos en el proceso de comprender y asimilar los principios que enseña el texto, y encontrar formas como pueden ser aplicados a la vida profesional.

El papel del alumno

El papel del alumno
se puede resumir en los siguientes puntos:

1. Estudiar anticipadamente el texto, según la guía previamente elaborada, con el fin de participar en forma responsable y consecuente en la discusión del grupo.

2. Participar en forma libre y plena en el análisis del texto y en la búsqueda de la manera de aplicar los principios que éste enseña.

3. Interactuar con los otros miembros del grupo con una actitud de libertad, respeto y confianza. Todos los miembros del grupo son importantes. Todos tienen la capacidad para opinar sobre el texto.

4. Escribir principios y aplicaciones sobre la base del mensaje del texto estudiado. Este es un asunto que requiere bastante práctica y a veces parece difícil, pero a fin de cuentas es la razón del estudio del texto.

5. Cultivar la obediencia a los principios y ayudar a otros miembros del grupo para que asuman esta misma actitud. ¡Su vida debe cambiar constantemente conforme al mensaje de los textos.

El método de estudio

Con estos estudios nos proponemos introducir al alumno en el uso del método de estudio inductivo. Este método consiste básicamente en tres pasos. El primer paso es la observación1 del texto, con el propósito de precisar lo que dijo el autor. En cierto modo, es una relectura cuidadosa del texto.

El segundo paso es la interpretación2 del texto. La interpretación es la explicación del contenido del texto. Es la búsqueda de significado de lo que dice el autor. En este paso es importante tomar en cuenta tanto el contexto como el texto, pero el texto mismo siempre tiene la prioridad. En esta parte del estudio debemos tener presente por lo menos dos preguntas muy importantes: ¿Cuál fue la intención original del autor? ¿Cuáles son los principios que enseña este texto?

El tercer paso es la aplicación del mensaje del texto. En este paso se busca la pertinencia del mensaje del texto para la vida del lector contemporáneo. Es importante prestarle atención a estas dos preguntas: ¿De qué manera nos afecta este texto hoy? ¿Cómo podemos aplicar el mensaje de este texto a nuestra vida hoy? El mensaje que el autor presenta debe tener aplicaciones pertinentes para el ser humano en todos los tiempos.

Los materiales para el facilitador

El propósito básico de estos materiales es presentar al facilitador un apoyo didáctico, estructurado de tal manera que pueda ampliar su comprensión del texto y esté mejor capacitado para enriquecer los encuentros de estudio . Se espera que el facilitador no sea un simple repetidor de los comentarios presentados en estos materiales, sino que a partir de estos, esté mejor preparado para ayudar a los que conforman el grupo de estudio, de modo que reflexionen más coherentemente en su propia lectura del texto .

Reflexione sobre los materiales presentados en las lecciones que conforman esta serie. Pero recuerde bien esto: Use los materiales que desarrollan las lecciones para ampliar su comprensión del texto , no para repetir su contenido a los alumnos.


En estos estudios el proceso se presenta de manera muy elemental, pero según sea la capacidad del facilitador y los alumnos, se puede ahondar más en el proceso de análisis. Por ejemplo, si ayuda a sus alumnos en particular, se puede hacer un análisis más profundo en el sentido de observar los párrafos, atendiendo a la enseñanza central mediante la observación de la oración principal y la función de las oraciones que giran alrededor de ella y la relación que tienen entre sí.

Se debe reflexionar más sobre el significado del texto, con el fin de sacar los principios que éste enseña para nuestra vida hoy.

Los materiales para el alumno

Estos materiales no consisten en un estudio del texto , sino que ayudan al alumno a reflexionar sobre el mensaje del texto. En cada lección se presenta:


El tema


La verdad central del texto


La meta de la lección


Los objetivos


El texto en 3 versiones


Información general sobre el texto


Preguntas para iniciar reflexión sobre el texto


Sugerencias para desarrollar el encuentro con los alumnos


Analisis y comentarios del texto


Principios derivados del texto


Aplicación de los principios del texto

Con estos materiales, el alumno debe hacer su estudio personal, a fin de prepararse para el diálogo sobre el mensaje del texto en el encuentro con el facilitador y los demás compañeros del estudio . El facilitador debe no sólo conocer estos materiales, sino que él mismo debe trabajar tambien con estos materiales.

Guías para el facilitador

¡Bienvenido!

Orientación general para el facilitador
Ya que desea ser facilitador de la serie de estudios Hacia el encuentro con la Competencia, queremos ayudarlo en este proceso. En este sentido, le animamos a que conozca los materiales que para el efecto tiene disponibles en este sitio Web.

Objetivo general
Que el alumno comprenda que es:

Objetivos específicos

1) Que comprenda el propósito de

2) Que conozca los fundamentos de la formación

3) Que acepte los conceptos

4) Que comprenda la importancia de la formación para su vida.
5) Que valore la importancia de poner en práctica como norma para su vida.

6) Que entre en el proceso de vivir como un profesional

Otros recursos útiles para el desarrollo de los encuentros de estudio.

1. El uso de la pizarra o tablero acrílico. Utilice la pizarra para anotar ideas, esquemas y conclusiones relevantes acerca del tema que se está analizando. No sature la pizarra con información.

2. El uso del retroproyector y video bean. Si está dentro de sus posibilidades el uso de estos recursos, dedique el tiempo necesario para preparar bien las láminas. Algunas características del buen uso de una lámina son: Un contenido preciso, claro, coherente y breve.El video bean es de gran ayuda, las memorias y la conección a internet

3. Audios. Durante el encuentro pudiera oírse parte de un estudio o charla grabada en cassette,DVD Y otros medios modernos que hoy no pueden faltar para la presentación de el tema. Se debe tener claro el propósito de usar este recurso. Debería ser un aporte significativo.

4. Monografías breves. Puede ser muy útil dar a los estudiantes una o dos hojas sueltas con contenido referente al contenido de la lección. Una vez hecha la lectura de estas páginas en forma individual, se puede generar una discusión acerca del contenido de esta lectura. A veces puede entregar un artículo breve o un resumen referente al tema que se esté estudiando.

5. Vídeos. Una parte de una película puede ser útil para generar un diálogo fructífero sobre el tema que se esté estudiando. Tenga cuidado de no desviarse del objetivo.

Dinámicas de grupo

1. Cuchicheo. Divida al grupo en parejas y hágales preguntas específicas para que las respondan en no más de tres minutos. Pídales que compartan sus conclusiones con el grupo en un tiempo no mayor de cinco minutos.

2. Sesión múltiple. Divida al grupo en varios subgrupos de tres o más personas y dé a cada uno una pregunta o un subtema referente al tema del texto, a fin de que reflexionen acerca de éste en un tiempo no mayor de diez minutos. Una vez concluido el tiempo pueden compartir sus conclusiones con todo el grupo.

3. Lluvia de ideas. Presente al grupo una pregunta clave sobre el texto o tema que se está estudiando y pida que presenten sus aportes al respecto. Anote sus respuestas u opiniones y después en conjunto con el grupo trate de seleccionar las mejores conclusiones.

4. Estudio de caso. Presente al grupo un caso o evento relacionado con el contenido del texto, para que durante unos diez minutos el grupo discuta y saque conclusiones sobre la base de lo que ha visto, leído u oído acerca del caso objeto de estudio. (El caso puede ser presentado mediante un drama, un breve escrito o a través de vídeo).

5. Grupo de discusión. Formúlele una pregunta o preséntele un problema al grupo, a fin de que todos participen espontáneamente y expresen sus ideas y conceptos con libertad acerca del tema de discusión. Después de esto continúe su reflexión con el grupo acerca del tema del texto que estén estudiando.

6. Dramatización. Pídale a dos o tres del grupo, con anticipación, que en unos cuatro a cinco minutos representen una escena que trate acerca de la enseñanza del texto base de la lección que están estudiando.

7. Entrevista. Invite a una o más personas que por tener testimonio o experiencia acerca del tema de la lección, puedan dar un aporte significativo para el aprendizaje y edificación del grupo. Haga entrevistas en vivo. La entrevista no debería sobrepasar los deiz minutos. Después de esto puede haber diálogo y discusión del texto entre los diferentes miembros del grupo bajo la dirección del facilitador, a fin de que lleguen a conclusiones y aplicaciones pertinentes.

8. Simposio. Invite a dos o tres expositores, que no sean miembros de su grupo, para que presenten una tesis de unos diez minutos, acerca de diferentes aspectos del tema. Una vez que hayan concluido pida al grupo que le haga preguntas a los expositores, a fin de aclarar los conceptos presentados.

9. Panel. Elija a tres o cuatro alumnos para que en la próxima sesión se sienten frente al grupo y discutan entre sí el tema de la lección. Entre diez y quince minutos es suficiente. Una vez terminada la actividad del panel, dirija al grupo para que continúen la reflexión y establezcan los principios que se derivan del texto que ha sido estudiado. No olvide que también deben identificar algunas maneras como se pueden aplicar estos principios.

Técnicas de grupos celulares

Técnicas de grupo que pueden usarse en
los encuentros de estudio:
Recuerde que usted es un facilitador del aprendizaje, no un transmisor de conocimientos. En otras palabras, usted no debe hacer el papel de un conferencista ante el grupo. Su responsabilidad es facilitar el proceso de aprendizaje. Para ayudarlo en esta tarea, le presentamos algunas dinámicas de grupo que pueden ser utilizadas en el proceso de desarrollo de las diferentes lecciones. El buen uso de estas técnicas contribuirá a la interacción y el aprendizaje en los diferentes encuentros de estudio. El facilitador debe ser creativo en el uso de éstas y otras técnicas.